Cuba: Palos porque NO bogas

(En la foto: Reinaldo Arenas)
El proceso cubano se ha ido transformando en sus cuarenta y cuatro años. Todas sus transformaciones han sido con miras a una mayor justicia social. Lo genuino del proceso y su capacidad de rectificarse lo fortalece y le va dando cabida en su seno a todos los valores aportados por la sociedad. Aun la de aquellos discrepantes de la política oficial en una época determinada. Al margen de las diferencias políticas de muchos intelectuales, sus legados literarios, por la creatividad y forma, contribuyen al acervo mismo que engrandece a un país. Solamente los ciegos y los detractores de oficio niegan o reconocen esta realidad.
Palos porque bogas y palos porque no bogas. Este parece ser el lema del llamado exilio cubano. Recuerdo nuevamente que este exilio no es más que un grupo de cubanos de origen, negados permanentemente a ver la realidad cubana de hoy. Ven la realidad en pasado. Agonizan y mueren con la fotografía, gravada en la pupila, del día que abandonaron el país o con alguna imagen trágica, de esas que acompañan todo proceso revolucionario serio. Siempre las revoluciones son trágicas porque ellas mismas nacen de la tragedia. Así sucedió con la Revolución inglesa, la francesa, la industrial, la bolchevique y con todas las demás. Sin embargo, de ellas siempre surgen cosas buenas y en ellas siempre brilla el rostro de la esperanza. Pero estos señores guardan siempre lo malo y no solamente por ser aburridos, sino por amargados y revanchistas. Estas gentes solamente quieren ver el lado oscuro de Cuba. Y cuando no lo encuentran, lo inventan.
Recientemente salió una noticia sobre Reinaldo Arenas en la prensa del domingo. Digo, y pido perdón, en el Nuevo Herald. Hay que rectificarlo, porque confundir la prensa con el Nuevo Herald, sería una gran falta de respeto.
Habla este artículo de que el régimen intenta apropiarse del escritor. No, señores. El régimen, como le dicen con intención despectiva, quiéralo Ud. o no, es parte de Cuba y Reinaldo Arenas también es parte de Cuba. Al margen de sus opiniones políticas discrepantes, el escritor está inscripto como parte indeleble de nuestra cultura y tradiciones. Lo mismo sucede con Cabrera Infante, Gastón Baquero y tantos otros. Las revoluciones, en la convulsión social que precipitan, separan con su fuerza centrípeta a muchas gentes del proceso de cambio. Pero cuando el proceso es genuino, no oculta sus realidades. Mucho menos se aventuraría a negar los valores culturales generados en la sociedad donde se producen los cambios.
El proceso cubano, no hay dudas, se ha ido transformando en sus cuarenta y cuatro años. Todas sus transformaciones han sido con miras a enriquecerlo y consolidarlo en el objetivo idealista de su discurso, o sea, en aquello de alcanzar una mayor justicia social. Lo genuino del proceso y su capacidad de rectificarse lo fortalece y en la medida que eso ocurre, le va dando cabida en su seno a todos los valores aportados por la sociedad. Aun la de aquellos discrepantes de la política oficial en una época determinada. Al margen de las diferencias políticas de muchos intelectuales, sus legados literarios, por la creatividad y forma, contribuyen al acervo mismo que engrandece a un país. Solamente los ciegos y los detractores de oficio niegan o reconocen esta realidad. Cuba ha cambiado y seguirá cambiando. A esa realidad de que continúe existiendo como proceso, le apostamos muchos que no somos gobierno y muchos que pertenecen al gobierno. Antes no había reconocimiento para los intelectuales que habían abandonado la Isla. Antes no había Caimán Barbudo, ni Jiribilla, ni revistas religiosas, ni la variedad de revistas sectoriales de hoy día.
Reinaldo Arenas no era un político. Ni siquiera un pensador social. Su esencialidad era el estilo, la forma y el contenido literario de su obra. Su rebeldía política era un simple accidente del proceso. Al grupito llamado exilio le molesta que el estado cubano, fortalecido en sus cambios, pueda tener una visión más liberal. Le molesta que en Cuba se vaya haciendo, lo que antes criticaban porque no se hacía. Es el viejo refrán del navegante: Palos porque bogas y palos porque no bogas.
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